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Tengo setenta y dos años, y me llamo Marcela del Valle Salgado; esto nunca se olvida, le he oído decir a mi médico.
¡Qué silenciosa es la noche antes del amanecer! Paseo mucho, normalmente lo hago temprano y, en esta época del año, aún es de noche cuando salgo de casa. Es a la vuelta cuando me suele sorprender el amanecer. Camino al lado del mar y hoy las olas se acerca a la orilla de la misma manera que cuando a mi me preguntan algo y, pensativa, me quedo muda.
Vivo sola en esta jaula sin límite que es la falta de memoria, encadenada a la ausencia de la palabra adecuada con la que nombrar las cosas familiares que me rodean.
Que acumulo cosas, me dice mi hija. Se preocupa por mí, y me quiere llevar a vivir con ella, pero cómo puedo hacer para qué entienda que no son cosas lo que guardo. Son recuerdos. Las guardo para recordar quien fui, quien soy.
Echo mucho en falta la Marcela que fui y esa cosas son para mi un tesoro; son el reflejo de las palabras que se me escapan. Sin ellas no sabría quien soy.
Estoy en la sala de espera de la consulta, estoy escribiendo nerviosa porque no recuerdo a qué vine. No se porqué esta vez no me acompaña mi hija. La enfermera, muy maja y risueña abre la puerta de la consulta 408.
Marcela del Valle Sal ... Sí, voy.
Dentro ya de la consulta.
Siéntese ahí y dígame las letras que ve
Comienza la sesión con unas letras respetables que, incluso habría visto su hija sin gafas.
a, r, t ...
Muy bien señora. ¡A ver éstas!
Otra línea y ¡pleno!. Otra más pequeña y casi pleno.
La enfermera: Muy bien señora.
Y Marcela, ya crecida, venida totalmente arriba. Le ponen unas bastante pequeñas. A ver éstas. Dice la enfermera.
t, r,s,b, o,n,m, ...
Eran en la pantalla cinco letras, pero Marcela, ya imparable, suelta siete u ocho, e incluso algún que otro número.
3,6,5
La cara de la enfermera: un poema.
La de Marcela, bajo los artilugios ópticos, el vivo reflejo de una ganadora.
¿Qué, he acertado muchas?
Ver, no se si verá bien, pero imaginación, desde luego, no le falta señora.- sentencia la enfermera lacónica.
Qué nerviosa me ha puesto esta mujer, el médico también ha estado un poco, un poco, ... Bueno, no ha sido muy amable, ha sido como esa sensación que tengo de destemple antes de que me suba la fiebre.
Cuando me ha despedido y ha sonreído he sentido como cuando alguna vez se me rompe un vaso sin querer en la cocina.
¡Qué bochorno! según venía hacia casa me he sentado en un banco del parque. Creo que últimamente me fatigo más que antes. Aunque creo que esta vez no me he sentado por estar especialmente fatigada, lo he hecho porque era un día muy bonito.
Me gustan los días de invierno, que salen luminosos. Esos días en que el frío te obliga a encogerte sobre ti misma, como si de repente te volvieras pudorosa ante el roce de aire fresco, como las hojas de una planta delicada.
Me gusta de esos días que el sol me caliente mis párpados cerrados que lo enfrentan sin mirarlo.Estaba sentada cuando se me ha acercado un, uno de esos animales grandes y saltarines que la gente pasea con correas y no son gatos. Una lengua jadeante con patas y ojos despiertos que, más que mirar, preguntan. Me preguntaban. He tratado de decirle algo mientras lo acariciaba y el lamía mis manos. Algo sobre lo bonito que me parecía que era, algo cariñoso, pero me he quedado paralizada mientras mi tiempo se llenaba de palabras que llegaban atropelladas hasta la punta de mi lengua, y allí se desvanecían sin ser dichas, mientras yo me desesperaba. ¿Se desvanecían o caían de mi boca? ¡Qué tonta! Me puse a buscarlas entre los flecos de mi falta y por el suelo en la creencia de que se me habían caído. Qué pensaría aquel joven que vino en busca del animal, mientras pronunciaba alguna disculpa. Qué pensaría al verme allí, buscando entre mi ropa y por el suelo, buscando palabras.
El, mirándome desde arriba y yo, observándolo encogida, alzando la mirada, sin atreverme a enderezar mi cuerpo. Debió de ser patético.
Cuando se fueron descubrí en el suelo, entre mis pies, una pelotita de goma. Sería lo que el perro, -¡eso es, ahora me viene la palabra!- estaría buscando cuando se acercó a mí. Una pelotita verde.He comido en casa de mi hija, me ha vuelto a insistir en que vaya a vivir con ella y con mi nieto.Qué agradable ha sido entrar en su casa y notar el olor a chocolate. Ha debido de cocinar un pastel, sabe que me gusta mucho el chocolate.
Sí, de hecho aquí traigo conmigo un trozo, en una de estas cajas de plástico que están tan de moda hoy en día.
Hemos discutido otra vez. Me insiste en que no puedo vivir sola.
No sé qué me ha dicho que parezco, que tengo alguna enfermedad, que no puedo guardar tantas cosas, que algún día si me ven los que cuidan a los viejos, que si ven las cosas que guardo, que me llevarán a una residencia.
No quiero ir.
Qué pronto se hace de noche en esta época del año, es perfecta para leer o para ir al cine.Esa mujer que arrastra a esa niña debe de tener prisa por llegar a casa. No es fácil la vida para una madre soltera; no lo era y, aún hoy, no lo es.
Para mi no lo fue; siempre me gustó viajar. Ámsterdam, París, ... nunca pude hacerlo, por eso creo que me gusta tanto el cine y los libros, me permiten vivir en otros personajes lo que, muchas veces, me habría gustado vivir en mi vida.
Hay ocasiones en que mezclo las cosas que me suceden con lo que he visto en las películas o he leído en los libros. Eso le molesta mucho a mi hija, siempre me dice que tengo que centrarme y prestar más atención a lo que me dicen y a lo que hago. Qué cansina es. Y siempre preguntándome cosas como que qué he desayunado o qué he cenado. Que quién es el Lehendakari o quién es el Papa. Dice que así ejercito la mente, se lo ha visto hacer al médico y ella insiste con esa matraca: que si tengo que hacer sopas de letras o ese rollo de los números encadenados.
Ya es de noche. Debe de ser tarde.
¡Qué perro tan bonito! ¡Vaya, ahora me ha salido bien la palabrita!
Seguro que mi hija me habrá llamado ya varias veces, siempre me dice que coja el teléfono en el bolsillo, pero se me suele olvidar.
En la soledad de mi sofá acuden a mí recuerdos de antaño que no sabía ni que los tenía.
En esta soledad los libros me acompañan. Por ellos paseo, sus hojas esconden paisajes que no conozco porque cada vez los imagino diferentes.
Cuántos tesoros guardan estas palabras que a veces descifro.
Me esfuerzo. Yo también guardo tesoros que me recuerdan quien soy. Cada día añado alguno. Hoy: una concha, una parte del volante del oftalmólogo, una pelotita verde y un trozo de pastel de chocolate.Son muchas las veces que me sorprendo viendo qué rápido van las agujas del reloj mientras leo.
Me da pena no poder ir ahora al cine, mi hija no me deja ir sola y conmigo no se atreve a venir porque dice que hablo demasiado y demasiado alto.
Tengo muchas veces la sensación de que estorbo, de que estoy de más. Pero no me quiero morir.
¿Quién cuidaría entonces de mi soledad?. ¿ Y de mi concha, mí volante del oftalmólogo, mi pelotita verde y mi trozo de pastel de chocolate?
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