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Ana abre los ojos poco a poco. Está algo desorientada y tarda en enfocar la imagen que tiene ante ella. Es el techo de su habitación. Tan blanco como siempre, tan liso, tan… aburrido.
No recuerda bien en qué momento se fue a la cama. Se acuerda de la fiesta en casa de Lucía, empezó a beber un poco de más y hasta ahí. En fin, el pago por una noche de diversión.
Ana se quita la manta de encima y se lleva una sorpresa. Está vestida con la ropa que llevaba ayer, botas incluidas. Eso es muy raro. Por muy borracha que estuviera otras veces, siempre ha conseguido cambiarse antes de meterse en la cama. No le gusta apestar las sábanas con olor a alcohol. Sin entender muy bien el por qué ocurrió eso, se levanta de la cama. Se dirige al armario para buscar algo que ponerse y su sorpresa se vuelve más desagradable al ver que no hay nada dentro. ¡Le han robado! Es imposible, cuando se fue de casa estaba todo en su sitio y no faltaba nada, estaba segura. Se pone a registrar en los cajones de la mesita, en su cómoda y le falta absolutamente todo. Pero tras unos instantes en los que la angustia se apodera de ella, consigue calmarse un poco y se da cuenta de que no es sólo la ropa y lo que hay en los cajones. Salvo los muebles, su habitación está completamente vacía. No hay ni una foto, ni un objeto decorativo, ni nada. Puede que un ladrón tuviese interés en llevarse algún que otro bolso de marca, pero seguramente no querría para nada el póster de su película favorita que tenía colgado en la pared.
Busca su móvil para llamar a la policía y el pánico sigue creciendo en su interior al darse cuenta de que no lo encuentra. Remueve absolutamente todo lo que hay en su habitación, pero nada. Si le robaron, entendería que le faltara todo, pero el móvil lo llevaba consigo, ¿por qué no está? ¿Le robaron mientras dormía? Imposible, se habría dado cuenta. El móvil lo tiene siempre en la mesita de noche, seguro que se habría despertado si alguien se hubiera acercado.
Empieza a llorar por la impotencia que siente, pero frena en seco al darse cuenta de algo. Mira por la ventana de su habitación y no ve a nadie en la calle. Es verdad que es domingo y la gente madruga menos, pero deben ser las once de la mañana y no hay ni un alma. Ningún corredor, nadie paseando al perro, ninguna familia con niños que van a jugar al parque de enfrente, ningún jubilado leyendo el periódico en un banco, nadie. No se oye ni el más mínimo rumor lejano, ni el arrullo del viento.
Es un silencio asfixiante.
Ana se da cuenta de que ahí pasa algo extraño. No sabe qué está ocurriendo, pero desde luego esa no es su casa. Sí, son los mismos muebles, la misma disposición, todo, pero no. Ahí falta vida, la vida que ella le ha dado en los años que lleva viviendo allí.
Sin entender muy bien lo que ocurre, se lanza a abrir la puerta de su cuarto para ver qué ocurre en el resto de su casa. Sale al pasillo y la luz del Sol ilumina la estancia a través de la ventana que hay al final del corredor. No sabría decir por qué, pero la luz es más tenue de lo habitual. Es un día sin ninguna nube, así que el Sol debería brillar en su máximo esplendor, pero no es así. Ana se acerca a la ventana y al intentar abrirla, no se mueve. Por mucha fuerza que hace para levantarle, no es capaz ni de hacerla temblar. Es como si estuviera bloqueada.
-¡Ábrete, ábrete ya!- Empieza a gritar Ana desesperada. Necesita que se abra, así todo eso tan raro que está ocurriendo será sólo una pesadilla.
La ventana se queda en su sitio, así que ella, decidida a no aceptar lo que ocurre, piensa que hay otra forma de abrirla. El cristal es frágil, así que con un golpe suave se romperá. Se quita las botas que lleva puestas y las lanza con toda su fuerza contra el cristal, pero rebotan como si nada. Ana ve atónita cómo las botas se quedan tiradas en el suelo, y, como si un demonio se hubiera apoderado de ella, al momento se lanza contra la ventana para darle un puñetazo tras otro.
El cristal ni siquiera se resquebraja.
¿Qué se supone que está pasando ahí?
Al mirar hacia el otro lado del pasillo, ve que todas las puertas están cerradas. Ella sólo cierra la puerta de su habitación para dormir y la del baño cuando lo usa, el resto del tiempo todas las puertas están abiertas. El vello se le eriza. Eso es muy mal presagio.
Vive sola, y tiene mucho miedo de que alguien esté ahora mismo en su casa sin su permiso. Sin embargo, es raro, en todo ese rato, sólo ha oído los ruidos que ella misma hacía. La casa está en silencio absoluto. Bueno, más que la casa, todo el mundo.
Despacio, se va acercando a la habitación de invitados. Deja las botas en el suelo, así que va descalza. Con una mano temblorosa coge el pomo de la puerta, hace un movimiento, pero no gira. Al igual que la ventana, esa puerta también está bloqueada.
Con un nudo en el pecho por la angustia que está sintiendo, se lanza contra la puerta para intentar derribarla, pero sale disparada hacia atrás. Se golpea contra la pared, pero más que dolor, lo que siente es miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a no saber qué está pasando, miedo a estar sola y que nadie venga a ayudarla.
Durante unos segundos, se queda encogida en el suelo. No se atreve a levantarse. El nudo en el pecho se hace más grande y le alcanza la garganta, el estómago y todo su ser.
-¿Qué está pasando aquí?- Grita al vacío, pero su única respuesta es el silencio. Nadie le responde. Nadie intenta levantarla del suelo.
Ana poco a poco se incorpora. Deja atrás la habitación de invitados y, temblando porque sabe lo que va a ocurrir, prueba suerte con la puerta del baño. Justo como se imaginaba. Aún dolorida por el golpe al embestir la puerta de la habitación de invitados intenta forzar la del baño y la encuentra bloqueada. No es capaz ni de hacer que gire el pomo ni de que tiemble al golpearla. Absolutamente nada.
El miedo hace que por sus mejillas empiecen a caer unas tímidas lágrimas que se hacen más intensas cuando justo después ocurre lo mismo con la puerta de la cocina.
-¡Basta ya! ¡Basta! Si esto es una broma no tiene ninguna gracia- Le chilla al aire, para ver si hay suerte y alguien la escucha. Pero nadie responde.
Presa del pánico, se lanza corriendo a la puerta de entrada. Con las prisas no se fija con detenimiento en que no hay cuadros, no hay paragüero, no hay perchero, no hay nada. Es una entrada impersonal a un piso vacío donde ella está presa. Al igual que con el resto de puertas y la ventana, esta tampoco se abre.
-¡Ayuda! ¡Por favor, que alguien me ayude! ¡Estoy atrapada!- Grita Ana mientras golpea la fuerza para que alguien la ayude. Así se pasa unos minutos, tras los cuales, se deja caer al suelo echa un ovillo llorando sin consuelo-. ¿Por qué? ¿Por qué me hacéis esto? Quien seas, por favor, basta ya, dime lo que quieres, pero déjame en paz- Suplica a nadie en particular con la voz rota por el llanto.
Así pasa un minuto, luego otro, y así hasta veintisiete. Cuando se da por vencida, sabiendo que nadie va a venir a ayudarla, decide probar suerte con la última estancia de la casa. Se pone en pie, se serena un poco y se dirige a la puerta que hay justo en frente, el salón. Se acerca con cuidado, el corazón latiendo fuerte contra su pecho, la mano temblando. Traga saliva cuando apoya la mano contra el picaporte. Cierra los ojos, y el vello se le eriza de nuevo al ver que esta vez sí, la puerta se abre muy despacio. Según se separa del marco, la puerta hace un gruñido estremecedor, y una oscuridad inesperada se descubre tras ella.
Ana siente el corazón desbocado, chocando contra su pecho, cuando se decide a dar un paso al interior de su propio salón. Allí, se sorprende al ver que no hay nada en absoluto. Únicamente un espejo de pie en mitad de la estancia. Un espejo que le devuelve su reflejo.
Ella se acerca lentamente. El espejo le devuelve la luz que entra por la puerta del salón. El resto de la habitación está en penumbra y sin ningún objeto. Es curioso, porque aunque las persianas están levantadas, no entra la luz de la calle. Es como si esa habitación diera hacia un mundo en penumbra, y el resto de la casa hacia la luz. Ana se da cuenta, pero la sorpresa es mínima con todas las que lleva en muy poco tiempo. Se acerca paso a paso al espejo, y traga saliva. Ella misma la mira desde el otro lado del cristal. Duda, pero se decide a acercar la mano para tocar con el dedo índice la superficie reflectante.
Al tacto es suave, no tan fría como esperaba. Algo hace que se quede durante un rato así. No sabe bien qué es, pero algo le dice que es ahí donde tiene que estar, que ese objeto es muy importante para ella. Nunca ha sido de hacerle caso a su intuición. Bueno, más bien nunca la ha tenido, pero ahora tiene un pálpito tremendo.
-¡¿Pero qué co…?!- Dice dando un paso hacia atrás al darse el susto más grande que se ha llevado hasta ahora. La otra chica del espejo, anA, no ha levantado la cabeza para mirarla a los ojos cuando ella lo ha hecho. En su lugar, se ha quedado absorta mirando el punto en el que su dedo índice estaba tocando el espejo.
-No te asustes, Ana. Tenía ganas de hablar contigo- Le dice anA a Ana levantando la mirada ahora sí, al tiempo que retira la mano del espejo. Su tono es tranquilo, demasiado diría Ana. Ella está muy asustada, con el corazón a punto de salírsele por la boca, pero la chica del espejo parece muy calmada. Ana, por alguna razón, se siente más tranquila al ver así a la otra chica, a anA.
-¿Q-q quién eres?- Pregunta Ana con la voz temblándole. No sabe bien dónde está, pero las cosas que están sucediendo le están poniendo los pelos de punta.
-Soy tú, tranquila- Responde anA con una sonrisa afectuosa en el rostro que hace que el temblor de Ana amaine un poco-. Sólo soy una forma que tienes de poder hablar contigo misma. Sólo eso. Ni siquiera existo.
-¿No… existes?- Repite Ana como si no fuera capaz de procesar esa información. Esa chica no existe. Está hablando con alguien que le está diciendo que no existe. La conclusión está clara. Ana está como una cabra.
-No, y adelantándome a tu siguiente pregunta, este sitio tampoco. Este sitio no es tu casa, por mucho que se le parezca- Le explica anA mientras gira la cabeza para echar un vistazo a su alrededor.
-¿Entonces qué hago aquí? ¿Cómo me puedo ir?- Ana empieza a lanzar preguntas a toda velocidad. Necesita salir ya de allí. Necesita estar en su casa de verdad, coger un abrigo y salir a la calle a que le dé el aire.
-Tienes que recordar, Ana. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué estás hablando conmigo? Recuerda, vamos- Dice anA animándola con un gesto de la mano-. Sólo así entenderás todo.
Ana se queda en silencio. No entiende lo que le está diciendo la chica del espejo, pero se da cuenta de que no tiene nada que perder por hacer un poco de memoria. Total, no hay más que hacer en ese sitio, está encerrada.
Cierra los ojos, y se pone a pensar. Piensa, piensa, piensa. Oye su respiración, que es el único ruido de ese lugar, y entonces una luz ilumina la oscuridad de su interior.
Fiesta, alcohol, ruido, vómito, coche, autovía, luz, ceguera, vueltas, dolor, negrura.
Ana abre los ojos de golpe. Es… imposible.
-No…- Dice mirando a anA incrédula-. No, no, no, no, no, no. ¡No! ¡No puede ser!
-Veo que ya te has dado cuenta- Le replica anA con una sonrisa llena de pena.
-¿He tenido un… accidente?- Pregunta Ana todavía sin creerse lo que está ocurriendo.
-Sí, lo siento mucho, de verdad- Dice anA mirando hacia un lado mientras los ojos se le ponen vidriosos-. En la fiesta bebiste demasiado, decidiste volver a casa en coche, y en carretera te fuiste al carril del sentido contrario cuando un camión venía de frente. El golpe fue espantoso.
-No, no me lo creo. ¡Me estás mintiendo!- Grita Ana a la desesperada, reticente a quitarse la venda de los ojos.
-Ana, estás en un lugar que parece tu casa pero que no tiene objetos personales. Las puertas y ventanas están bloqueadas y no has sido capaz de moverlas ni un ápice. Desde las ventanas del salón es de noche y en las del resto de la casa es de día, y para colmo estás hablando con tu reflejo- Dice anA en un tono que esconde cierta condescendencia que no le hace ninguna gracia a Ana-. Yo creo que es hora de que admitas de que algo raro está pasando, ¿no crees?
-¡Cállate!- Chilla Ana casi quedándose afónica-. ¿Me estás diciendo que estoy muerta?
-No… por el momento- Responde anA con lástima-. Estás en un box de una UVI. Un tubo te llega a la tráquea y te conecta a una máquina que respira por ti. Tienes un montón de fracturas y has perdido mucha sangre. La situación es grave como poco.
-¿Y tengo que esperar a ver si me salvo? ¿No puedo hacer nada?- La angustia en el pecho de Ana se hace más grande con cada segundo que pasa en ese sitio infernal.
-Claro que sí- Dice anA secándose las lágrimas que siguen cayendo de forma silenciosa por su cara-. Puedes luchar. Si quieres, claro.
-¿Estás tonta o qué? ¿Cómo no iba a querer luchar para vivir? ¡Claro que quiero!- Ana tiene ganas de pegarle un puñetazo al espejo pero se contiene por miedo a que si lo hace no sepa qué hacer para irse de allí.
-Verás, no es tan fácil una vez te explique lo que ocurre- anA se pone más seria que hace un minuto y mira a Ana con unos ojos penetrantes que por un momento la dejan sin respiración, y eso que son sus propios ojos-. Este es un lugar que está entre dos mundos, podríamos decir. Un lugar de transición. En este lugar, las personas pueden ver lo que más valoran, la gente que quieren, todo lo que les importa, vamos. Pero tú…- anA mira a su alrededor, donde no hay nadie ni nada. Está todo vacío y el silencio gobierna el lugar-. No tienes a nadie, no te importa nadie, no valoras nada. Sólo vives por y para ti. Por eso aquí no hay nadie, ni hay nadie esperando por ti para que salgas de la UVI.
-¿Nadie está esperando a ver si sobrevivo?- Ana se queda de piedra al enterarse de eso. Está luchando por su vida y a nadie le importa. A nadie. Absolutamente a nadie.
-No, Ana, no. Por eso te decía que puedes luchar sólo si quieres. Normalmente las personas importantes para los inquilinos de este lugar suelen animarlos a luchar para volver, pero tú no tienes a nadie. Tú tienes que decidir tú sola. Puedes acabar con esta farsa y seguir hacia adelante, vaya a donde vaya el camino, o puedes volver a esa vida vacía que tienes, la decisión es tuya- Tras la explicación, anA se aparta el pelo que le cae por delante de la cara y se coloca detrás de la oreja en un gesto que Ana reconoce tan como suyo, que hace que tome plena consciencia de que lo que ocurre es totalmente real. Ella misma se está obligando a decidir entre continuar con su vida o a retirarse de la partida.
Ana no responde. Se gira, dándole la espalda a anA, ya que no quiera que la vea meditar. La decisión no es tan fácil como ella pensaba.
Reconoce que siempre fue algo egoísta, que siempre miró un poco más por ella que por lo demás, pero no se daba cuenta de que poco a poco la bola se hacía más y más grande hasta el punto de no sentir nada por nadie.
Ana siente asco de sí misma. Se da cuenta, aunque tarde, de todo el daño que ha causado, pero sobre todo a sí misma. Empieza a llorar de nuevo. Se siente inútil, cobarde, un cero a la izquierda. Ha tomado la decisión.
-Yo…- Empieza a decir. Le cuesta que las palabras salgan por su boca.
-Adelante, Ana. No pasa nada. Elijas lo que elijas está bien- Le dice anA con una sonrisa que le insufla valor para continuar.
-Yo… no quiero ninguna de las opciones- Dice finalmente Ana con gran determinación en su mirada.
-¿Cómo? ¿Qué quieres decir?- El desconcierto de anA es manifiesto. Sus ojos son tremendamente expresivos.
-Yo quiero volver, pero no a la vida que tenía. Será difícil, pero pienso cambiar- Al decir esto, Ana toca el cristal con la palma de la mano, gesto que también hace anA, haciendo que las dos sientan una conexión más profunda-. No voy a luchar sólo para volver, lo voy a hacer para llevar otra vida. Si alguna vez vuelvo a este lugar, te aseguro que habrá alguien animándome a volver. Me da igual si es sólo una persona, pero no pienso pisar a nadie más.
-¿Estás segura de querer volver? Piensa que ahora mismo no le importas a nadie. Para el resto del mundo no eres más que un cascarón vacío que sólo piensa en sí misma, resultará complicado hacerles cambiar de opinión- Las palabras de anA son duras, pero realistas. Reflejan lo que el mundo piensa de Ana y, por mucho que le duela, tiene que afrontar ese hecho.
Ana duda. Guarda silencio y el tiempo transcurre en ese silencio ensordecedor que tanto la está aprisionando. ¿Volver o avanzar? ¿Luchar o rendirse? ¿Un reto que tal vez no consiga o descansar? ¿Lo tremendamente difícil o la vía rápida y fácil?
-Sí voy a volver. Es lo más difícil que haya hecho nunca, pero no me voy a rendir. Simplemente…- Y, por primera vez desde que se encuentra allí, Ana esboza una sonrisa sincera- no puedo rendirme. No sería yo.
-Ana… No sabes cuánto me alegro de esa decisión- La sonrisa que ilumina el rostro de anA al decir esto da algo de confianza a Ana, que está muerta de miedo ante el reto tan grande que está a punto de afrontar-. Acompáñame, que entonces es hora de volver.
anA coge la mano de Ana al atravesar el espejo, tirando de ella hacia el mundo del otro lado.
En otro lugar, se oye de golpe una voz.
-¡Está abriendo los ojos!- oye decir Ana a una figura con bata, gorro y mascarilla azules.
Aunque le moleste el tubo que tiene en la garganta y le duela todo el cuerpo, sonríe. Está dispuesta a afrontar su nueva vida.
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