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El viaje es largo y suelo realizarlo solo. Este recorrido mensual es para mí un ir hacia adelante en el espacio y hacia atrás en el tiempo.No suelo escuchar la radio ni poner música que me distraiga de los sonidos que acompañan mis pensamientos. Jugar a juntar letras que resuenen entre sí me hace el trayecto más llevadero, mezclarlas, cambiarlas de orden, a veces de forma poco ortodoxa, inventar nombres y significados acaba por dibujarme una sonrisa cómplice.Así, “yo veía que llovía” se convertía en mi juego en: “ yovía que llovía”. Sí, llovía como otras veces llueve y no había nada en el ambiente que hiciera suponer que estuvieran creciendo palabras unos cientos de kilómetros más allá de mi sonrisa.Aunque algo debí haber imaginado cuando, a medida que me acercaba a mi casa, seiba instalando en el paisaje un otoño inesperado. Seguro que habría alguna explicación meteorológica, pero yo sospechaba de ese aire mágico que, en Galicia, siempresusurra al oído: “ haberlas hailas”.Es curioso que tuviera siempre la sensación de ir a mi casa cuando hacía ya muchos años que no vivía con mi madre; ella vive sola, con el recuerdo de mi padre, en una aldea profunda de la Galicia profunda.Reflexionaba en voz queda sobre la importancia de la madre como para convertirla en casa, tal vez en la añoranza de su vientre, nuestra primera morada. Así me sentía, cada vez que iba a donde estuviera mi madre iba a mi casa, pero no a la casa que habito, sino a la casa que dibujaba de niño, y aún dibujo si me lo pidieran, con su tejado a dos aguas , su puerta entreabierta y sus ventanas.La casa tiene una entrada posterior que atraviesa una especie de lonja llena de trastos que ponen más caos en el desorden. Yo suelo usar esta entrada para, dando alaridos, entrar por sorpresa y asustar a mi madre quien ya lo está esperando y ríe divertida mientras, haciéndose la asustadiza, me sigue la corriente para terminar fundiéndonos en un abrazo y, rodeándola por la cintura, la levanto en volandas y ella me suplica, entre risas, que no lo haga, que pesa mucho.Pero esta vez no seguí el ritual, unos susurros me hicieron entrar sin hacer ruido.Olía a brezo. La tarde se estaba acabando. Y sólo ahora, cuando escribo, soy consciente de que se han quedado fuera de la descripción los pájaros cantando.Estaban sentadas a diferente altura. A contraluz distinguía sus siluetas. Y elga/ to le es/ tabaes/ perando cuan/ dosa/ lí /o de la car/ cel Me madre leía a trompicones, como cuando se empieza a andar en bicicleta.¡Ay animalito! ¡Pobre chico! ¡Pobre chico! Repetía mi tía.Se lea/ cercó/ ronro/ nean/ doy/ seme/ ti/ó entre suspi/ernas. El lea/ cari/ ció laca/beci/ ta con susma/ nos tos/ cas.Se resistía a ir la tarde. Mi madre leía con voz entrecortada. Mi tía escuchaba entre sollozos. Y yo pensaba que el que lee es ciudadano de muchos mundos.¡Pobre chico! ¡Qué mala es la droga! Se interrumpió mi madre y, tras unos segundos de pájaros y viento en los árboles, continuó:Else/ aga/ chópa/ ra a/ cari/ ciar lo.Cada palabra renqueante era una morada; en las letras cuya forma era gato, había un gato.No me oyeron entrar ensimismadas como estaban en la lectura. En aquella lonja caótica los verbos y los sustantivos no estaban de visita, venían para quedarse.Mi tía sabia escuchar, pero no leer y mi madre a duras penas aprendió a juntar letras, de significado escurridizo, los días de mucha lluvia cuando ni los niños trabajaban en el campo y podían ir a la escuela.Loco/ gi/ ó ensus/ bra/ zosy/ comen/ zoa/ andar.Mi tía gesticulaba, se lamentaba, totalmente metida en la historia. Cualquier suceso era posible entre las hermanas, pero cómo decirles que era mentira lo que allí era verdad. La noche se acercaba y lo palabreado no podía ser deshecho por lo real.Sesu/ bie/ ron altren/ es/ con/ di/dos entre elcar/ bón porque no teni/ adi/ nero/ pa/rael/ bille/ te.Hizo una pausa mientras sus miradas se perdían en la obscuridad ya entrante, sentí correr las lágrimas por sus mejillas. Juntaron sus cabezas. ¡Pobrecitos! Dijeron a la par.Hubiera querido abrazarlas, decirles que echaba de menos su ser inocente frente a los sonidos del vocabulario, que echaba de menos perderme en los renglones escritos de un libro encontrado, pero no quería romper aquel repentino silencio de luna nueva.Qué paisajes estarían visitando sus pensamientos que la lógica no comprende. Quizá arrepintiéndose de no haber aprendido a leer, quizá simplemente sintiendo las lágrimas acumularse en los ojos antes de iniciar un recorrido incierto. Más de una vez había oído a mi madre contarme sus aventuras para poder ir a la escuela cuando eran niñas; su hermana, mucho más enfermiza que ella, ni siquiera podía acudir los días de lluvia porque era frecuente que los pasaba en la cama. La escuela estaba a varios kilómetros que había que hacer andando y lloviendo. Aquellas dificultades le impidieron aprender a leer bien, pero aumentaron sus ganas de lograrlo. Luego la vida le llevó por sus caminos caprichosos y solamente tras la muerte de mi padre volvió a oír con fuerza el eco de aquella afición dormida que el tiempo había convertido en pasión. Y, ahora, años después le sirve de compañía en la soledad de los días invernales, con demasiada noche para tan poco día.Se enderezaron las siluetas, las palabras tardaron aún minutos en llegar a los labios y cada vez eran nuevas. No había dos palabras de igual significado, aunque fueran iguales.Y entonces lo entendí: mi madre estrenaba las palabras.La tía murió dos años después, vieja, pero sin estar cansada de vivir.Mi madre siguió leyendo, ahora en un susurro y, por momentos, creo ver, en mi imaginación, que las palabras toman la forma de su cara.Me dijo tu tía, antes de morir, que le gustaría volver a la aldea después de muerta para ver cómo está la aldea, los árboles, las vacas y la hierba. Tras unos segundos continuó. Y para que siguiera contándole historias.Un escalofrío recorrió mi espalda cuando me hablaba, mientras dábamos un paseo por el bosque, por la naturalidad cargada de certeza con que lo decía.Era un día de lluvia pequeña y ante mi observación de que no había mariposas revoloteando como los días anteriores mi madre me hizo ver que las mariposas no vuelan los días de lluvia.Llovía.Como cuando rompe el marEn un acantilado cercanoY el viento te humedece la cara.Descendíamos por el gris de la tarde. Yo la miraba mientras ella reíaAnte cualquier ocurrencia trivial Y sentía una felicidadDe la que sospechaba que era tristeza.Del imaginado mar llegaba Un frescor azul en el que, Incluso a media tarde,Estaba suspendido, como un recuerdo, El ardor del verano.Por el borde céreo de una nube Se filtraban, preñados de luz. Los rayos del sol.De un sol que, cuandoEstas con la madre,Es siempre el sol de la infancia.Llovía,Y las mariposas no vuelanLos días de lluvia.
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